Cierro los ojos y escucho la maquinaria demoliéndome la
dolorosa muela del juicio. Es necesario partirla. Siento tragar mi propia
sangre. Qué dolor tan intenso. Y es entonces cuando pienso en cosas bonitas,
por supuesto el océano es una de ellas; cuánto me calma!. Es más efectivo que
la anestesia.
Se acaba la salvaje experiencia, se acaban los metales que
me invaden y me quedo sentada. Después de un largo rato ya puedo ponerme de
pie.
Después de repetidas instrucciones, anotaciones y recetas; es
que salgo y doblo la esquina, veo a través de la ventana a una chica bebiendo
un tarro de cerveza clara. Cuánto antojo! Cuánta frescura emanaba ese envase de
vidrio. Delicioso aunque fuese un día tan nublado. Es inalcanzable. Y es que no
es la primera vez que un tarro me hace pasar algún tremendo sentimiento.
Recuerdo también esa vez que nos sentamos al doblar la calle
de Madero, en ese cafecito llamado Gante. Nos quedamos afuera y bebimos cerveza
de barril; era invierno. Todo transcurría mientras hablábamos del pasado y del
futuro tan previamente acordado.
También recuerdo los montones de veces que brindé en tierras
únicas y lejanas con personas tan distintas. En climas tan cálidos y tan helados. Al estrellar nuestros tarros es
que sellábamos el placer de compartir un momento sagrado, de hacernos también
promesas, de consumarnos alegrías inquebrantables y tristezas removibles.
Pienso en todos los tarros que han pasado en los quehaceres
en mi vida y me hacen recordar tanto; y aún mejor, pienso en aquéllos que han
de venir. Esos que han de contarme tantas historias, acerca de personas que
volveré a ver y algunas otras que serán tan nuevas y opuestas. Esos que serán
servidos con sabores, y en lugares que aún desconozco.
T. Días de Abecedario.
Súmate a este divertido juego!!!. Escribe durante 26 días seguidos utilizando cada una de las letras del abecedario.
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